Hoy nos metemos en la cabina de un F-18E Super Hornet para alcanzar Mach 10 y llegar a la máxima velocidad. Hablamos de la película del año, Top Gun: Maverick.
El cine, como la vida misma, va evolucionando a lo largo del tiempo y las tendencias que rigen el estilo del arte y la cultura son una eterna cambiante. Desde el boom del wéstern y el péplum en los años 50 y 60, pasando por esa hecatombe de películas de terror y acción de diversos presupuestos en los años 80, hasta llegar a la fiebre del thriller que vivimos en los años 90. Evidentemente, esto es generalizar décadas y décadas de celuloide, pero es para que seáis conscientes de que el séptimo arte es imparable e inagotable.
Por ello, llama la atención que, en la época de los superhéroes y de los efectos digitales más artificiales, la película más taquillera de lo que llevamos de año y, en la fecha en la que vuestro servidor escribe este artículo, la 11º más taquillera de la historia haya sido una película realizada en su mayoría artesanalmente, con un equipo artístico detrás que respeta y venera la experiencia cinematográfica en salas.
Una producción de Jerry Bruckheimer (que solo tenéis que buscarlo en IMDB y ver la cantidad de películas míticas que ha producido) se ha hecho con la cima de la taquilla. ¿Cómo ha sido esto posible compitiendo con la nueva interpretación del caballero oscuro, la nueva continuación del Universo Cinematográfico de Marvel y la última película de la saga de dinosaurios más querida? Pues lo ha conseguido siendo una película fantástica que supera con creces a su predecesora, tomando lo mejor de ella y volviéndola una película impresionante.
Top Gun: Maverick nos presenta a Pete “Maverick” Mitchell (Tom Cruise), que se encuentra trabajando como piloto de pruebas para nuevos proyectos aeronáuticos, después de su insatisfactorio paso como profesor en la escuela de pilotos Top Gun. Sin embargo, tras ser llamado para volver a la academia para instruir a un nuevo grupo de aviadores en una misión de emergencia, deberá lidiar con sus fantasmas del pasado, al tener que instruir al hijo (Miles Teller) de su difunto amigo, “Goose”.
La producción triunfa en todo el aspecto técnico, ya sea fotografía, montaje, banda sonora y dirección. El hecho de que el 90% de las escenas estén realizadas con aviones de verdad y que veamos a los actores viviendo la velocidad de estos cazas a tiempo real es impresionante. No solo eso, sino que las cámaras IMAX han sido capaces de captar escenas vertiginosas, como una toma sin cortes en la que vemos a Maverick despegando de un portaviones o la propia escena de la misión en cuestión. Todo esto me hizo recordar lo que es ver una película así de emocionante en la sala de cine y que te emociones por el hecho de que “los buenos han ganado”, por muy inocente que suene eso. Lo que busca la película es meternos en un avión durante dos horas y cuarto, y vaya que lo consigue.
No hace falta decir que Tom Cruise, que con esta película se ha convertido, para mí, en el último héroe de acción que queda del Hollywood de hace 20 años, está aquí como nunca ha estado. Además, Cruise ha dicho numerosas veces que quiere que se viva la experiencia en cines, y ha retrasado la llegada de las películas en streaming hasta que ha dejado de estar en salas. De hecho, al verla en cines, antes de que empezara, había un mensaje del propio actor agradeciendo el hecho de haber ido al cine a verla, y eso a mí me parece un gesto fantástico, en un tiempo en el que las salas de cine tienen fecha de caducidad.
Todo el reparto hace un trabajo excepcional, ya sea el nuevo interés romántico de Maverick interpretado por Jennifer Connelly, la interpretación emotiva de Milles Teller o el equipo de aviadores, que cuentan todos con su personalidad, algo cliché en ocasiones, pero que funciona como un reloj para que la historia tenga dinamismo y conflicto.
En definitiva, Top Gun: Maverick es la vuelta del blockbuster de antaño, en la que fuimos a una sala de cine a ver aviones, explosiones y chascarrillos en plena batalla. Parece algo rancio, pero, en una sociedad tan sobreexpuesta a estímulos de todo tipo, el hecho de que nos sentemos durante dos horas y cuarto a ver una historia tan simple y estar tan metidos en ella dice mucho de lo que ha conseguido todo el equipo detrás de la cinta. La película definitiva del año, en lo que llevamos por ahora.
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